miércoles, 6 de julio de 2011

CAPÍTULO 2: Conscius ergo sum – Soy consciente luego soy.

Después del Principio de la Idea el pensamiento del Sennin continuó a cogitar en pos de nuevos axiomas que o bien eran consecuencias lógicas de la primera o constituían otros pilares independientes pero igualmente firmes de su filosofía, pilares sobre los cuales luego podría basar la construcción de su nuevo edificio de la realidad humana. Él cogitaba sobre la naturaleza y las implicaciones de su nuevo axioma. ‘Cogitar’, pensó con algo de picardía. Le gustaba esa palabra puesto que sabía perfectamente que a nivel coloquial suscitaría burla ya que se confundiría por un tiempo con ‘coger’ en vez de ser reconocido como entidad lingüística propia y verbo sinónimo de reflexionar, de pensar, de cavilar. ‘Cogito ergo sum’, repitió en su mente con algo de desdén, cogitando el “pienso luego existo” que estableció y propagó Descartes. ‘Ese Descartes es un peso ligero’, pensó para sí, y continuando se dijo, ‘¡Es increíble cómo las mentiras y las supersticiones dan la vuelta al mundo mientras que la verdad y la razón aún encuentran sus calcetines!’ Pero él ensenaría a sus alumnos y discípulos la evidente falsedad de esa afirmación cartesiana, o mejor dicho, lo incompleto de la misma: uno podría afirmar su ‘ser’, su existencia, sin tener que necesariamente ‘pensar’ ya que el ‘sentir’ y el ‘percibir’ son también ambas experiencias fenomenológicas que confirmaban, desde el punto de visto subjetivo, la existencia propia, y lo hacían al mismo nivel que el pensamiento: en la mente consciente. Lo acertado, él enfatizaba, es: ‘conscius ergo sum’ – ‘soy consciente luego soy’, ya que la consciencia, el hecho de estar consciente – ya fuera en su modalidad de percibir sensaciones, de experimentar ‘imaginocepciones’ (sueños, alucinaciones, fantasías, memorias episódicas, visiones etc.) o emociones – es lo que nos reafirmaba nuestro ‘ser’, nuestra existencia subjetiva – y no solamente nuestros pensamientos. Ser consciente implicaba una conciencia de ser y del ser. El ser humano, fundamentado en las categorías fenomenológicas que ofrecía su neurofisiología tenía tres modalidades en su consciencia: sensaciones o percepciones; ideas o ‘imaginocepciones’ en todas sus dimensiones sensoriales; y emociones o sentimientos. ‘No tenemos la ecolocación del murciélago o del delfín ni podemos percibir actividad electromagnética o campos eléctricos como el tiburón – nuestras categorías experimentales están determinadas por nuestra neurofisiología’, se comentaba a sí mismo, justificando sus propias conclusiones de las tres categorías de las experiencias humanas.

Para calificar como un ‘ser con consciencia’ tenía que haber algo especial que solamente un ser vivo, orgánico, podría tener: un autoconocimiento de su mismo conocimiento, es decir, un punto de vista desde el cual surge un horizonte de la perspectiva de sus propias experiencias. ‘Un robot no tiene consciencia’, afirmó, ‘ya que aunque pueda programarse para leer un menú en voz alta nunca podría degustar los sabores: un robot no puede saber cómo sabe lo que sabe. ¿Cómo representar todo esto?’, se preguntaba finalmente y se respondía sin pensar ya que su mente, fruto de mutaciones neuronales, operaba de acuerdo a las dimensiones insólitas de su condición.

Puesto que la realidad del ser humano se fundamentaba en las ideas, era importante, decidía, establecer principios cardinales sobre las mismas. Cogitaba sobre la cogitación propia, es decir, ideaba sobre las ideas, pensaba sobre los pensamientos, actividad la cual su mente reconocía como la manipulación neuronal de las representaciones mentales: era el ojo que se ve. ‘La ideación’, concluía, ‘es la administración mental de las ideas, de esos elementos, átomos o moléculas de la imaginación, actividad que se lleva a cabo, fenomenológicamente [por experiencia] dentro de la dimensión mental de la imaginocepción misma – de la Quinta Dimensión’. La recurrencia de lo imaginario dentro de lo imaginario le obligó a pausar de pronto. Muchas implicaciones reconoció. Su mente, entrenada a transitar múltiples caminos paralelos en sincronía, se deleitaba de pensar – pero también valoraba lo concreto de la idea pasmada, definida en forma simbólica, escrita, a modo de extensión patente, evidente, objetiva de la dimensión efímera de lo imaginario, de lo imaginoceptivo. Fue así que vino a escribir su segundo principio:

Anotación 2: “Conscius ergo sum” – “Soy consciente, luego soy”: Todos los seres con un sistema nervioso tienen mecanismos intrínsecos para monitorear estados del contexto externos a su ser y del ambiente interno al mismo. Pero mientras que el organismo en sí no tenga conciencia de esa información no importa cuánto conocimiento tenga su sistema a disposición del mismo o del entorno, no transciende de ser un género de autómata, de robot, de ‘inconsciente’.
La ‘realidad’ de cualquier ser es el resultado de patrones de activaciones de su sistema nervioso. Esa realidad no es necesariamente dependiente de una consciencia que se tenga de la misma – de hecho puede ser completamente independiente de un estado de experimentación subjetiva. Los insectos, por ejemplo, carecen de la necesaria complejidad evolutiva de su estructura nerviosa para ‘sostener’ una mente consciente y sin embargo, como robots orgánicos o zombis de quitina, operan perfectamente en el mundo. Esto no implica que la consciencia no sea importante, lo es, y sumamente además ya que es precisamente esa consciencia la que nos permite entre otras cosas un conocimiento de nuestra existencia, de nuestro estado vital, de nuestra identidad. Esto se capta en la Triada Fenomenológica:
Microsoft Word - TERNA-MENTAL copyLa Triada Fenomenológica expresa la composición mental de la realidad subjetiva del ‘yo’ desde la cual experimentamos nuestra Identidad y el mundo entero tanto en su percepción (representación de subjetiva de información sensorial), en su imaginocepción (creación del cerebro), y en sus emociones (impacto fisiológicos de los anteriores en la forma de sentimientos – siempre inefables, solamente se pueden sentir para reconocer.)  De hecho la Identidad la definimos como una construcción mental multidimensional de nosotros mismos. Las tres facetas o dimensiones potenciales de cualquier experiencia consciente junto con el punto de vista desde la cual la experimentamos, están representadas en el diagrama de la Triada Fenomenológica. La mente-cerebro crea un punto de partida a la experiencia desde la cual experimentamos dimensiones exteriores e interiores de nuestra realidad.
La consciencia es una recreación secundaria de la información inconsciente que se  recolecta. Es decir, primero está la información inconsciente que es una representación de una realidad interior y exterior, y luego esta información se representa en términos de las tres categorías para expresarse conscientemente. Por lo tanto, hay que tener en cuenta que la realidad que el sistema nervioso pueda presentar es siempre una recreación – la objetividad total no existe. Pero tenemos que discernir entre la ‘conciencia’ o el ‘conocimiento consciente’ y la ‘información inconsciente’ en cuanto a cuál es el nivel de representación de la realidad que se manifiesta en un ser. ¿Conocimiento consciente o información inconsciente? En realidad esto crea tres dimensiones posibles de referencia con respecto a la realidad interior a y exterior del ser: 1) conocimiento consciente, 2) información (¿conocimiento?) inconsciente, y 3) desconocimiento total tanto de la mente consciente como de la inconsciente. La dicotomía entre el consciente y el inconsciente crea problemas para el ser humano ya que puede discernir, ‘saber’, a nivel sistémico u organísmico, pero no ‘saber’ a nivel del sujeto. Tenemos que hacer una limpieza en nuestro lenguaje mismo cerciorando términos y estableciendo categorías de conocimiento que se refieran a ‘información inconsciente’, a ‘información consciente’ y a ‘no-información’ o desconocimiento. También hay que diferenciar entre lo cognoscible – lo que se puede saber –  y lo des-cognoscible – lo que no puede saberse, como la existencia tras la no-existencia.
Argumentos y Ejemplos: El individuo típicamente no tiene consciencia de su presión sanguínea, es decir, los valores de su presión diastólica y sistólica están fuera del ámbito de su conocimiento consciente, pero sí es información que en algún nivel del sistema nervioso se conocen; esto es un ejemplo de conocimiento o información inconsciente. Otro ejemplo es el nivel de glucosa en la sangre para el cual no tenemos acceso directo consciente, pero sí inconsciente en el sistema ya que nuestros niveles de insulina se regulan, en un cuerpo funcional, en base a esta información. Para mantener la homeostasis fisiológica, es decir, ciertos parámetros relativamente fijos dentro de los cuales innumerables agentes químicos que operan en nuestro cuerpo deben permanecer para que el sistema se mantenga funcional y la vida se mantenga, es indispensable que exista un sistema de información precisa y un sistema de ejecución de decisión basada en la misma – y la inmensa mayoría de esa información es inconsciente o ‘no consciente’ para el ser mismo – está fuera del alcance de la mente consciente. No obstante, por ejemplo, mediante el uso de aparatos originarios en la imaginación humana, podemos informarnos conscientemente de esos valores o de los niveles de estos mismos agentes presentes en el cuerpo: me mido la tensión arterial y un aparato me dice que tengo una medida de 120 sobre 80 o 120/80, medido en mililitros de mercurio o mmHg – tensión perfecta.  Y si tuviera la tensión excesivamente baja, por ejemplo, tal vez me sienta mareado o aturdido, síntomas que se podrían atribuir a un número de causas, pero me tomo la tensión de nuevo y de pronto soy consciente de una información que mi cuerpo ya ‘sabia’. Lo mismo con el nivel de glucosa en la sangre o el pH del estómago, o la presencia de células patógenas al organismo, etc.
Conclusiones: ¿Es subjetivo el conocimiento inconsciente del cuerpo? ¿O se limita la subjetividad al conocimiento consciente? ¿Se puede establecer la equivalencia entre el sujeto y el inconsciente o solamente entre el sujeto y el consciente? Declaro que no. Conclusión 1: El conocimiento inconsciente no es subjetivo, es sistémico. Para que sea subjetivo tiene que haber consciencia de ello. Es esa consciencia del conocimiento y sobre todo esa conciencia de la conciencia la que nos garantiza que seamos fenomenológicamente existentes, es lo que corrobora nuestro ‘ser’. Esto lo llamo el Principio de la Subjetividad: Para que algo sea subjetivo el sujeto tiene que ser consciente de ello. Conclusión 2: Concluyo que ‘soy consciente luego soy, existo’ – conscius ergo sum – y que la subjetividad misma surge no del conocimiento inconsciente sino del consciente.

Se sentía algo aturdido. Toda esa expresión pero sin sentir que había dejado algo en claro todavía. ¿Era cierto eso de que si no es consciente el conocimiento que no era verdadero conocimiento? ¿Cuándo es conocimiento el conocimiento? Sentía que estaba a punto de ahogarse en las aguas turbias de la filosofía de la mente donde muchos entraban pero ninguno había salido con conclusiones ciertas, fijas, claras como las que él buscaba, precisaba más bien. ¿Y el conocimiento inconsciente? ¿Y la sabiduría del ‘YO’, de la mente no mente, es sabiduría subjetiva o sistémica? ¿O era lo subjetivo otra palabra para lo consciente? Se dio cuenta de que había tropezado con otra categoría de perspectiva, rompiendo la dicotomía de objetivo-subjetivo: lo sistémico. ‘El conocimiento y la sabiduría del ‘YO’, del no ser, no es objetivo, ni subjetivo sino sistémico, pensó algo más satisfecho con los resultados de sus cogitaciones. Pero sintió el impulso de anotar de nuevo, de aclararse, de justificarse, de grabar los detalles de sus introspecciones.
Definiciones: ¿Conocimiento sistémico? ¿Qué es eso? ¿Cómo se define? ¿Para qué sirve? El conocimiento sistémico es el conocimiento almacenado, representado, o imbuido en un sistema; sabiduría sistémica es conocimiento sistémico que afecta las decisiones o conductas del sistema. Sirve para referirse al conocimiento y a la sabiduría del ‘YO’ en oposición a la subjetividad del ‘yo’. Estos conceptos sirven para aplicarse a cualquier sistema, biológico o artificial, que tiene carece de la consciencia necesaria para la subjetividad pero que a su vez tampoco puede, por su naturaleza no objetiva, clasificarse como objetiva. El inconsciente, por lo tanto, tiene conocimiento y sabiduría sistémica, pero no subjetiva y tampoco objetiva puesto que su contenido no puede ser sujeto a medida impersonal o imparcial (objetiva). El mundo objetivo, por lo tanto, primero se representa de forma sistémica en el inconsciente para luego ser representado de forma subjetiva en el consciente.

Había cierta satisfacción en esta conclusión – pero no mucha. Ciertamente no veía una economía de palabra, lucidez de expresión, o agilidad cognitiva en todo eso, pero al menos los resultados eran aceptables. Y por supuesto, no iba a perder más tiempo editando sus meros apuntes personales. Pero algo sucedió que le hizo pensar de nuevo y tomar una posición menos crítica respecto a su producción: una repentina introspección, varias de hecho. La primera introspección tenía que ver con sus calidad de Sennin, de la forma en la cual precisamente lo que le caracterizaba era la facilidad con la cual extraía información, conocimiento más bien, y ante todo sabiduría de ‘YO’, de su mente inconsciente, aprovechándose mucho más de lo que las personas comunes y corrientes daban por imaginable, de su conocimiento sistémico.  De hecho, esto le hizo pensar en la existencia de una inteligencia sistémica, es decir, de la capacidad del ‘YO’ de resolver problemas o de crear soluciones aún sin las primeras.  Esto explicaría, por ejemplo, la capacidad que había demostrado siempre de pensar en términos sistémicos, y de resolver problemas a ese nivel en vez de quedarse tan limitado a soluciones y perspectivas convencionales. Nada había de convencional es su forma de hacer o ser y gran parte de ello era precisamente en el fluyo de conocimiento y sabiduría entre sus niveles subjetivos y sistémicos, entre la mente consciente y la inconsciente, entre el ‘yo’ y el ‘YO’, flujo que le llevaba a hablar de inteligencia sistémica.

La segunda introspección tenía que ver con las consecuencias de la subjetividad de la mente consciente, una consecuencia o corolario de su principio de la subjetividad, que integra lo psicológico con lo social. Estableciendo las pautas de la condición existencial humana a nivel individual pasaba a sus implicaciones sobre la moralidad social. Estaba dispuesto a dejar que su mente inconsciente tomara el control….
Principio de la Responsabilidad: Para ser responsable hay que ser consciente. Corolario I: Sin consciencia no hay responsabilidad. Corolario II: Si soy, o debería ser consciente, soy responsable. Idea: La ley no puede atribuir responsabilidad cuando la sociedad no ha facilitado los medios para que sus ciudadanos obtengan la consciencia necesaria para ser conscientes de sus actos. ¿Es responsable uno por sus actos de inconsciencia o depende la responsabilidad de la consciencia? Si un medico receta una aspirina a un paciente que resulta causar la muerte por alergia a la misma, ¿es responsable? La respuesta en tal caso está clara: el grado de responsabilidad está en función al grado de conocimiento consciente que el médico debería haber tenido sobre las sensibilidades médicas del paciente. Es decir, si esa información estaba en su expediente o si no le preguntó al paciente por posibles alergias a la aspirina – de acuerdo a la expectativa de su entrenamiento medico – es responsable y culpable de ‘negligencia’, es decir, de no actuar de acuerdo a las expectativas correspondientes al conocimiento propio de su disciplina. ¿Y si no estuviera en el expediente? ¿Y si preguntó al paciente y el paciente estando ‘compos mentis’ – de mente sana, funcional – lo negara? Entonces el médico estaría absuelto de culpa porque no se le podría atribuir conocimiento, es decir, consciencia. No se nos puede hacer moralmente responsables por el resultado de eventos basados en conocimiento al cual no se supone que tendríamos acceso. Para ser responsable hace falta ser consciente o, mediante un razonamiento pertinente, atribuir motivos para exigir o establecer una expectativa de consciencia: nadie haría a alguien responsable por conocimiento inconsciente, sistémico. Con la consciencia entra en juego la intención, el propósito, la atribución de maldad. “Eres un inconsciente”, significa que obras sin conocimiento, sin propiedad, sin premeditación, aún cuando deberías tenerla. Es diferente que un tren atropelle a alguien cuando no tenía medios ni expectativas de saber que la persona se hallaba en las vías, a que lo atropellara con conocimiento, consciencia, de una presencia humana en las mismas: de accidente desafortunado pero sin culpa a homicidio en primer grado.

                La consciencia, la ocupación de la mente consciente, es importante. “Ser consciente” es ser informado, la primera etapa en el proceso de la conducta voluntaria, en el ejercicio de nuestro libre albedrio. La consciencia nos otorga la posibilidad de decisión, de elección, de razonar, de análisis, de libertad contra las fuerzas externas a estas oportunidades, incluyendo la mente inconsciente – portadora del conocimiento e información inconsciente. Alguna de esta información o conocimiento pasa de la mente inconsciente al a la mente consciente, otra permanece inaccesible. Lo cognoscente y lo cognoscible – de lo que se es consciente y de lo que se puede ser consciente – lo conocido y lo que se puede conocer.

                Ser consciente es relevante y toda consciencia surge de operaciones del sistema nervioso central y solamente en sistemas lo suficientemente sofisticados para suportar tal característica. Por ejemplo, podemos convenir en que todos los seres que sueñan, pero no necesariamente solamente los que sueñan, tienen una mente consciente, es decir, una consciencia. El debate en cuanto a cuales animales o seres son conscientes y cuáles es irrelevante, independiente y autónomo al presente y por lo no lo abordaremos. Lo importante en el presente es la consciencia y la mente consciente de los seres humanos. Esto me recuerda una anécdota del Arte de la Guerra que leí en cierta ocasión en la Bitácora de Shodai:

El libro de “El arte de la guerra” le consiguió a Sun Tzu una audiencia con el rey de Wu que le dijo, “he leído tu obra, ¿puedo poner tu teoría sobre el arte de la guerra a una pequeña prueba?,” a lo que Sun Tzu respondió, “sí puede.” El rey de Wu preguntó, “¿Y esta prueba podría aplicarse a mujeres?” “Sí se podría,” respondió Sun Tzu, y como resultado 180 de las hermosas concubinas del rey fueron enviadas para servir de prueba a las teorías de Sun Tzu.

Sun Tzu dividió a las concubinas en dos compañías, con una de las concubinas favoritas del rey al frente de cada. Después de que fueron equipadas con lanzas, Sun Tzu las preguntó, “¿Supongo que sabéis la diferencia entre izquierda y derecha, y adelante y atrás?” Las concubinas respondieron, “¡Sí, claro que sí!” Entonces Sun Tzu continuó, “Cuando al son de los tambores se ordene ‘mirada al frente,’ mirad al frente. Cuando se ordene ‘izquierda,’ girad a la izquierda. Cuando se ordene, ‘derecha’, girad a la derecha. Cuando se ordene, ‘media vuelta,’ girad hacia atrás. Después de que sus órdenes estuvieran explicadas, apropiados ejemplos ofrecidos, y una vez que las concubinas concordaron que entendían, comenzaron las maniobras. Sun Tzu ordenó, ‘derecha,’ a lo que las concubinas respondieron con carcajadas.

Con tremenda paciencia Sun Tzu dijo, “Si las instrucciones y las órdenes de mando no fueron claras y comprensibles entonces el general es el culpable.” Entonces repitió las explicaciones varias veces más. Esta vez ordenó que los tambores señalaran hacia la izquierda, y de nuevo las concubinas irrumpieron en carcajadas.

Entonces Sun Tzu declaró, “Si las instrucciones y las palabras de mando no son claras y comprensibles, y si las órdenes no se comprenden completamente, entonces el general es el culpable. Pero si las órdenes son comprensibles y los soldados siguen desobedeciendo entonces los oficiales son culpables.” Con eso mandó inmediatamente decapitar a las dos mujeres que estaban al frente de las compañías.

El rey, que estaba viendo desde lo alto de un pabellón, cuando observó que sus dos concubinas favoritas iban a ser ejecutadas, se alarmó y mandó rápidamente el siguiente mensaje a Sun Tzu: “Estamos muy satisfechos de la habilidad del general en el manejo de las tropas. Sin estas concubinas ni la comida ni la bebida me sabría a nada. Es el deseo del rey que no sean decapitadas.”

Sun Tzu respondió, “Habiendo recibido la comisión del soberano de hacerme cargo de estas tropas, hay órdenes que no puedo aceptar.” Inmediatamente después de que las dos concubinas fueron decapitadas como ejemplo, asignó a las próximas dos a que fuesen promovidas como líderes al frente de sus respectivos batallones.

Esta vez los tambores fueron sonados de nuevo y la nueva maniobra comenzó de nuevo. Las mujeres desfilaron con perfecta precisión y sin hacer un solo ruido.

Sun Tzu entonces mandó un mensaje al rey de Wu que decía, “Su majestad, los soldados ya están bien adiestrados y perfectamente disciplinados. Como soberano, puedes exigir de ellos que atraviesen fuego o agua por usted y no le desobedecerán.” El rey respondió, “Nuestro comandante debería cesar las maniobras y regresar a su campamento. No queremos bajar e inspeccionar las tropas.” Con tremenda calma, Sun Tzu dijo, “Al rey solamente le gustan las palabras pero no las sabe convertir en acciones.”

El comentario que normalmente acompaña a esta historia indica que el rey finalmente accedió, reconociendo la destreza de Sun Tzu y apuntándole general, y que Sun Tzu ganó muchas batallas para él. 

  Un punto fundamental aquí es precisamente la cuestión de la consciencia. Le tocaba al general concientizar a sus soldados (las concubinas) de las expectativas y de las consecuencias por no cumplir con ellas. Si no eran conscientes no eran responsables; una vez conscientes tuvieron que rendir cuentas por sus actos.

La inclusión de un pasaje ilustrativo de El arte de la guerra le satisfizo por fin.  Pero la reciente formulación filosófica de axiomas, principios, argumentos, conclusiones, corolarios, etc., le hizo darse cuenta de la magnitud de la labor que le tocaba por delante.

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